En mi selección de obras del Santiago a mil, muchas veces me guío por mi intuición y extraña vez me he equivocado. Aquí van dos casos sorprendentes.
La pieza Comida Alemana, adaptación de una obra austriaca, recrea en forma hiperrrealista lo que sería un pequeño y asfixiante sótano de Colonia Dignidad, asentamiento nazi en Chile. Una obra que lleva al paroxismo lo que muchos creemos saber de ese deleznable sitio, su manipulación de niños, el abuso y la tragedia de quienes fueron atrapados en dicho lugar. En lengua alemana (con una traducción real time en una proyección sobre el escenario), los jóvenes actores cantan tristes canciones, con sus caras retorcidas de miedo y asco para luego beber una sopa cargada con drogas somníferas que solo avivan su conciencia de estar atrapados en esa oscuridad nauseabunda. No les cuento más, para que vayan a verla.
Las sensaciones son tan fuertes, que nadie se percata cuando termina la obra y lo que es más increíble, nadie se atrevía a salir de la sala, a pesar que efectivamente había terminado todo. Acaso nos habían paralizado de miedo??. Notable trabajo!!!
En otro frente, acudí a ver a mi admirada Manuela Infante quien, a no dudar, me sorprendería. La obra llamada Ernesto, a partir de un melodrama chileno de 1842, es recreada en un escenario completamente vacío y desarrollada en múltiples hilos de historias entretejidas solo con el arte de la palabra. Todo ocurre en el imaginario que los talentosos actores van construyendo virtuosamente y que les permite combinar la historia de su trabajo teatral, ejecutar la obra, expresar sus soliloquios y hasta incluir los comentarios técnicos del diseño teatral. Es increíble el resultado y hasta son capaces de mantener al público atrapado en la obra en la más absoluta oscuridad de la sala. Manuela, otra vez lo hiciste!!!
Santiago a mil, está de miedo
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