Sábado por la mañana, soledad en las calles y un hambre galopante. Los pasos entrenados del krrtrekking me llevan al rico barrio Lastarria. La mayoría de los sitios abren temprano o están por abrir en la abrigada mañana de este verano que termina.
Evalúo y tengo una, tres, en verdad cinco opciones para desayunar. Mesas a la calle, movimientos crecientes, temperatura agradable y afortunadamente bajo tráfico y gente.
Elijo la exquisita esquina del Patagonia. Un buen lugar a toda hora, salvo por algunas malas experiencias con el servicio que espero redimir en esta incursión matinal.
Curiosamente, a menos de 20 segundos de sentarme, me llega la carta de manos de un atento mozo. Tres variedades de desayuno, el típico (en los hoteles de todo el mundo es lo mismo) hasta uno llamado adecuadamente patagónico (no se quien pueda comer tanto en una mañana). Decidí el intermedio y no me equivoqué.
Un jugo de mango exquisito, seguido de un plato de frutas, duraznos trozados y cubos de melón tuna y calameño fresquísimos. Un pote de mantequilla, otro de mermelada, una porción de queso y jamón acaramelado más una cesta de tostadas y por supuesto un rico café con leche.
En medio de ese vendaval nutritivo y reponedor, me ofrecen el diario para que, como dijo Mafalda, sepa nada (la mitad de lo que dicen los periódicos es mentira y la otra mitad no la cuentan). Igual entretenido y satisfactorio.
Rico el desayuno en Patagonia
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